La Tigresa siempre hace punta. Demostró
que rompiendo el "modelo"
se puede pelear con las mejores -a fin de cuentas, la esencia del boxeo-,
ganando o perdiendo. Y que eso permite elevar el nivel y encima, ganar más
plata, sin atarse estrictamente a contratos esclavizantes, que tienden al
aburguesamiento.
Por algo fue la pionera en una actividad
que no existía en nuestro país. Más que una referente, es una creadora. Vaya a
saberse si por eso, o por qué otra virtud, tuvo la autoridad de quebrar el "sistema",
mostrando un camino, no nuevo, pero sí mejor. Y por mejor, correcto.
En
el "modelo" reinante, se ve
mal que un púgil "traicione" a su promotor, aceptando la
oferta de un ajeno, aunque sea para algo superador deportivamente, o que le
convenga económicamente. Con ojos progresistas y evolucionados, eso sería
juzgado como una actitud mediocre, que atenta contra el desarrollo
individual, y la ley natural.
Sin
embargo, para los ojos del "statu
quo", conservadores, dogmáticos y adoctrinados bajo la cultura de la
fidelidad y el concepto de "matrimonio",
así debe ser, ya que el comportamiento libre es una herejía que rompe el orden
convencional.
Contra
ese modelo arremetió la Tigresa, quizás sin darse cuenta, por estar "más allá del bien y del mal".
Aceptó el año pasado una propuesta para pelear contra Carolina Duer bajo la organización de Alberto Zacarías – un DT y promotor enemistado con el suyo, Rivero-, con derechos televisivos para
la TV Pública y no para TyC Sports, como acostumbraba a
suceder. Y dejó afuera a su mánager, sólo por esa pelea.
Lo
hizo por la gran bolsa que le ofrecían, y porque "le gustaba el desafío", igual que a la afición en sí. Y
porque era la única manera de hacerla, ya que de otro modo sería imposible
por los intereses creados, tal como lo fueron -y lo son- innumerables
peleas hipotéticas de ayer y hoy.
Obvio,
perdió (o le dieron perdida), pese a haber dominado (sin demasiada claridad).
Perdió porque todo se alineaba en su contra desde ambas veredas: la
organización, por ser rival. Su propio mánager (que ni siquiera acudió), por
revanchismo hacia su "alta
traición". La dirigencia de la FAB,
como escarmiento a su "comportamiento
desleal" y atentar contra el "sistema".
Quedó
"políticamente" enfrentada
con todos, y así le fue. Pero eso le dio un motivo moral "extra" para justificar una pelea ante Yésica Marcos, alguien de su mismo
equipo (Rivero), por un título
mundial que a lo sumo cambiaría de manos pero que quedaría en casa.
Igual
lo hizo como visitante neta, no solamente por el lugar del combate (Mendoza), sino por lo promocional, ya
que para entonces era una "enemiga"
más, al punto que sabía extraoficialmente que tendría que ganar por más de 3
puntos para que se la dieran. Y pese a lograrlo –porque ganó con amplitud-, el
fallo fue empate.
Sin
embargo ganó otra cosa: gran bolsa, reconocimiento general, respeto nacional, y
"resucitó" boxísticamente.
Perdió el resto: quedó sola, sin mánager (cortó con Rivero), sin protección y como una "paria", a expensas del mejor postor, anárquicamente.
Pero
llegó el momento en que la necesitaron, y que a la vez ella comparara pro y
contras.
Todos
saben cómo terminó la historia: pese a estar peleada con Rivero, a ambos les convenía el negocio y olvidaron nimiedades:
ella le salvó el festival, cubriéndole el lugar que faltaba para pelear contra
la puertorriqueña Melissa Hernández,
ante quien La Locomotora Oliveras se
rehusó a combatir. Y a su vez consiguió pelea y chance mundialista, que le
escaseaba. Así, como estaba.
No
importó el peso, no importó la plata, no importó rival, ni pidió condiciones. Y
además de dar una cátedra boxística, se reconcilió con Rivero como si ambos
comprendieran de pronto haber estado atados a una ley tonta, que los
perjudicaba por igual. Como si entendieran que ser flexibles conviene a veces y
es de inteligentes aceptarlo, sin que una cosa excluya a la otra.
De
paso, demostró que pelear con las mejores, mejora, incluso aunque se pierda (o
así lo decreten). Y, por el contrario, que lo otro conlleva al aburguesamiento,
al estancamiento y al retroceso.
Logró además -ella sola, y en pocos
meses-, lo que los periodistas y el público no pudimos en años con el poder de
las palabras: demostrar que las grandes peleas son posibles, o en todo caso,
beneficiosas y saludables. Porque recuperó su nivel, su sitial de reina
indiscutida, y lo hizo ejerciendo su profesión sobre el ring. Ganó (en todo
sentido), y sigue con Rivero como si nada hubiera pasado, sólo que sin la
cadena. Más que lección, dejó un mensaje, para el que quiera tomarlo. Uno más.
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