miércoles, 24 de julio de 2013

Abrió la jaula

La Tigresa siempre hace punta. Demostró que rompiendo el "modelo" se puede pelear con las mejores -a fin de cuentas, la esencia del boxeo-, ganando o perdiendo. Y que eso permite elevar el nivel y encima, ganar más plata, sin atarse estrictamente a contratos esclavizantes, que tienden al aburguesamiento.


 
Por algo fue la pionera en una actividad que no existía en nuestro país. Más que una referente, es una creadora. Vaya a saberse si por eso, o por qué otra virtud, tuvo la autoridad de quebrar el "sistema", mostrando un camino, no nuevo, pero sí mejor. Y por mejor, correcto.

En el "modelo" reinante, se ve mal que un púgil "traicione" a su promotor, aceptando la oferta de un ajeno, aunque sea para algo superador deportivamente, o que le convenga económicamente. Con ojos progresistas y evolucionados, eso sería juzgado como una actitud  mediocre, que atenta contra el desarrollo individual, y la ley natural.

Sin embargo, para los ojos del "statu quo", conservadores, dogmáticos y adoctrinados bajo la cultura de la fidelidad y el concepto de "matrimonio", así debe ser, ya que el comportamiento libre es una herejía que rompe el orden convencional.

Contra ese modelo arremetió la Tigresa, quizás sin darse cuenta, por estar "más allá del bien y del mal". Aceptó el año pasado una propuesta para pelear contra Carolina Duer bajo la organización de Alberto Zacarías – un DT y promotor enemistado con el suyo, Rivero-, con derechos televisivos para la TV Pública y no para TyC Sports, como acostumbraba a suceder. Y dejó afuera a su mánager, sólo por esa pelea.

Lo hizo por la gran bolsa que le ofrecían, y porque "le gustaba el desafío", igual que a la afición en sí. Y porque era la única manera de hacerla, ya que de otro modo sería imposible por los intereses creados, tal como lo fueron -y lo son- innumerables peleas hipotéticas de ayer y hoy.

Obvio, perdió (o le dieron perdida), pese a haber dominado (sin demasiada claridad). Perdió porque todo se alineaba en su contra desde ambas veredas: la organización, por ser rival. Su propio mánager (que ni siquiera acudió), por revanchismo hacia su "alta traición". La dirigencia de la FAB, como escarmiento a su "comportamiento desleal" y atentar contra el "sistema".

Quedó "políticamente" enfrentada con todos, y así le fue. Pero eso le dio un motivo moral "extra" para justificar una pelea ante Yésica Marcos, alguien de su mismo equipo (Rivero), por un título mundial que a lo sumo cambiaría de manos pero que quedaría en casa.

Igual lo hizo como visitante neta, no solamente por el lugar del combate (Mendoza), sino por lo promocional, ya que para entonces era una "enemiga" más, al punto que sabía extraoficialmente que tendría que ganar por más de 3 puntos para que se la dieran. Y pese a lograrlo –porque ganó con amplitud-, el fallo fue empate.

Sin embargo ganó otra cosa: gran bolsa, reconocimiento general, respeto nacional, y "resucitó" boxísticamente. Perdió el resto: quedó sola, sin mánager (cortó con Rivero), sin protección y como una "paria", a expensas del mejor postor, anárquicamente.

Pero llegó el momento en que la necesitaron, y que a la vez ella comparara pro y contras.

Todos saben cómo terminó la historia: pese a estar peleada con Rivero, a ambos les convenía el negocio y olvidaron nimiedades: ella le salvó el festival, cubriéndole el lugar que faltaba para pelear contra la puertorriqueña Melissa Hernández, ante quien La Locomotora Oliveras se rehusó a combatir. Y a su vez consiguió pelea y chance mundialista, que le escaseaba. Así, como estaba.

No importó el peso, no importó la plata, no importó rival, ni pidió condiciones. Y además de dar una cátedra boxística, se reconcilió con Rivero como si ambos comprendieran de pronto haber estado atados a una ley tonta, que los perjudicaba por igual. Como si entendieran que ser flexibles conviene a veces y es de inteligentes aceptarlo, sin que una cosa excluya a la otra.

De paso, demostró que pelear con las mejores, mejora, incluso aunque se pierda (o así lo decreten). Y, por el contrario, que lo otro conlleva al aburguesamiento, al estancamiento y al retroceso.

Logró además -ella sola, y en pocos meses-, lo que los periodistas y el público no pudimos en años con el poder de las palabras: demostrar que las grandes peleas son posibles, o en todo caso, beneficiosas y saludables. Porque recuperó su nivel, su sitial de reina indiscutida, y lo hizo ejerciendo su profesión sobre el ring. Ganó (en todo sentido), y sigue con Rivero como si nada hubiera pasado, sólo que sin la cadena. Más que lección, dejó un mensaje, para el que quiera tomarlo. Uno más.


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