jueves, 21 de febrero de 2013

Lizbeth Crespo, una “Leona” sobre el ring


La vida no le fue fácil y el boxeo pasó a ser, un pasaje a su propio sueño. Lizbeth Crespo Prado (03/11/90 en Bolivia) pelea mucho más que por la gloria: convertir el pasado en un futuro glorioso, derribando todas las pálidas. Fue audaz para hacer las valijas, dejar atrás Puerto Madryn y caminar Buenos Aires sin siquiera conocer. “Marcela (Acuña) es una ídola, veía sus peleas y siempre quise conocerla. Recién llegada a Capital, el fotógrafo Ramón Cairo me conectó con ella en el local de Corti. Me invitó a su casa, Chaparro me vio guantear y enseguida viajé con ellos a Formosa”.

Liz quiere mostrarse en el ring, toparse con los mejores sin fijarse límites y pelear por el título del mundo. “Una vez que agarre ese cinturón, no lo suelto más. En mis primeras peleas quizás veo yo como un proceso de aprendizaje, pase por una derrota pero aprendí el doble. Aprendí a ser cauta al momento de ganar y critica conmigo misma al perder”. También recuerda con emoción su debut como profesional (“Lo más lindo que me pasó…”), valora su paso por Chubut donde realizó su carrera amateur a las órdenes de Omar Secton. “Mi meta es ser campeona y uno de los complementos para eso sería pelear afuera”.

Desde la memoria, Liz Crespo recrea las postales de su infancia, el sello que la convirtió en una mujer con temple. “Desde pequeña tuve la garra de ser una luchadora. Siendo niña debí adquirir responsabilidades que no me correspondían a mi edad, ayudar a la crianza de mi hermano ya que mis padres trabajaban todo el día en una planta pesquera. Nos dejaban encerrados en la casa que alquilábamos para que no nos fuéramos a ningún lugar. Ese ausentismo me hizo sufrir mucho y solía llorar aunque sabía que ese esfuerzo era para que nos faltara nada. De mi madre saqué las ganas de salir adelante, ella era una mujer maltratada física y psicológicamente y que nunca pudo asimilar la separación que ocurría cuando yo tenía 12 años”. Hoy boxeadora, se dedicó al fútbol, hizo defensa personal y descubrió el boxeo a través del eterno “Rocky” para nunca más dejar. “Me acuerdo que en una pelea mi rival era mayor de edad y experiencia en el ring, venía de Neuquén, era alta; con 18 años y 18 peleas pero subí al ring, se me fueron los nervios y salí con todo. Ahí me dí cuenta que mis sueños desde ese momento se agrandaban y que estaba para cosas grandes. Un compañero de gimnasio me decía que iba a ser campeona del mundo, y yo riéndome le decía que sí. En éste momento esas palabras toman peso si pongo de mi parte. Mis puños dirigirán mi alma arriba del ring”.

Solía ponerle tanta pasión al entrenamiento que llegaba tarde al colegio por hacer doble turno y hasta dejó los libros para dedicarse a full. Hizo 28 peleas, ya cumplió el objetivo de ser profesional (2-1) y va por más, en el boxeo femenino que está de moda. Entrena en el gimnasio “El Fortín” de Ciudad Evita y vive en Caseros, Tres de Febrero en la casa de la “Tigresa” Acuña, mentora y amiga. “Voy a ser campeona del mundo pero la mejor de las mejores”, remarcó.

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