La vida no le fue fácil
y el boxeo pasó a ser, un pasaje a su propio sueño. Lizbeth Crespo Prado (03/11/90 en Bolivia) pelea mucho más que por la gloria: convertir el pasado en un
futuro glorioso, derribando todas las pálidas. Fue audaz para hacer las
valijas, dejar atrás Puerto Madryn y
caminar Buenos Aires sin siquiera
conocer. “Marcela (Acuña) es una ídola,
veía sus peleas y siempre quise conocerla. Recién llegada a Capital, el
fotógrafo Ramón Cairo me conectó con ella en el local de Corti. Me invitó a su
casa, Chaparro me vio guantear y enseguida viajé con ellos a Formosa”.
Liz
quiere mostrarse en el ring, toparse con los mejores sin fijarse límites y
pelear por el título del mundo. “Una vez
que agarre ese cinturón, no lo suelto más. En mis primeras peleas quizás veo yo
como un proceso de aprendizaje, pase por una derrota pero aprendí el doble.
Aprendí a ser cauta al momento de ganar y critica conmigo misma al perder”.
También recuerda con emoción su debut como profesional (“Lo más lindo que me pasó…”), valora su paso por Chubut donde realizó su carrera amateur
a las órdenes de Omar Secton. “Mi meta es ser campeona y uno de los
complementos para eso sería pelear afuera”.
Desde la memoria, Liz Crespo recrea las postales de su
infancia, el sello que la convirtió en una mujer con temple. “Desde pequeña tuve la garra de ser una
luchadora. Siendo niña debí adquirir responsabilidades que no me correspondían
a mi edad, ayudar a la crianza de mi hermano ya que mis padres trabajaban todo
el día en una planta pesquera. Nos dejaban encerrados en la casa que
alquilábamos para que no nos fuéramos a ningún lugar. Ese ausentismo me hizo
sufrir mucho y solía llorar aunque sabía que ese esfuerzo era para que nos
faltara nada. De mi madre saqué las ganas de salir adelante, ella era una mujer
maltratada física y psicológicamente y que nunca pudo asimilar la separación
que ocurría cuando yo tenía 12 años”. Hoy boxeadora, se dedicó al fútbol,
hizo defensa personal y descubrió el boxeo a través del eterno “Rocky” para nunca más dejar. “Me acuerdo que en una pelea mi rival era
mayor de edad y experiencia en el ring, venía de Neuquén, era alta; con 18 años
y 18 peleas pero subí al ring, se me fueron los nervios y salí con todo. Ahí me
dí cuenta que mis sueños desde ese momento se agrandaban y que estaba para
cosas grandes. Un compañero de gimnasio me decía que iba a ser campeona del
mundo, y yo riéndome le decía que sí. En éste momento esas palabras toman peso
si pongo de mi parte. Mis puños dirigirán mi alma arriba del ring”.
Solía ponerle tanta
pasión al entrenamiento que llegaba tarde al colegio por hacer doble turno y
hasta dejó los libros para dedicarse a full. Hizo 28 peleas, ya cumplió el
objetivo de ser profesional (2-1) y va por más, en el boxeo femenino que está
de moda. Entrena en el gimnasio “El
Fortín” de Ciudad Evita y vive en Caseros, Tres de Febrero en la casa de la
“Tigresa” Acuña, mentora y amiga. “Voy a ser campeona del mundo pero la mejor de
las mejores”, remarcó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario