El boxeo femenino internacional acopió, recientemente, una serie de capítulos significativos que elevaron considerablemente su protagonismo informativo en los medios argentinos.
Desde que parte del pelotón de las 12 campeonas mundiales locales fueron agasajadas por la presidenta de la Nación, Cristina Kirchner, esta actividad y sus representantes originaron constantemente episodios de diversa trascendencia que -paradójicamente- postergaron la difusión del pugilismo masculino, en donde militan los mejores exponentes de este deporte. La serie de sucesos y noticias comenzó en México, donde José Sulaimán, presidente del CMB, propuso a los promotores cotizar a las campeonas mundiales con bolsas no menores a 30.000 dólares, sacudiendo las cifras de un mercado bastante pobre en cuanto a compensaciones. Concretar este proyecto sería magnífico para jerarquizar la figura e imagen de las divas del ring, pero frustraría a la mayoría de las pugilistas que pujan por una corona, ajenas a producir una taquilla interesante en los estadios y destinadas a pelear por un máximo de 7000 dólares.
La jujeña-cordobesa Alejandra Oliveras fue causante de una de las emociones máximas que pudo recibir su viejo maestro Amílcar Brusa, a poco de cumplir 90 años; consagrarse campeona de los livianos (AMB) siendo la 15 monarca mundial dirigida por el notable entrenador de Carlos Monzón.
Oliveras y Brusa son parte de una historia de vida conjunta y armoniosa, en la que la comprensión, la protección y el cuidado fraternal mutuo parecen emular el guión del film Millon dollar baby.
La consecuencia del éxito de Oliveras fue el desafío instantáneo de la formoseña Marcela “Tigresa” Acuña, quien, retirada del cuadrilátero y dedicada a labores políticas, no halló eco ni mayor atención con su reto en los promotores y aficionados. Ignoró -además- al mítico gran campeón Jack Dempsey, que sentenció este tipo de intentos con una frase célebre: “¡Nunca regreses!”
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